sábado, 24 de agosto de 2024

Rosario de la Peña (1847-1924)

Maria del Rosario Alejandra Francisca de Paula Peña Llerena conocida como Rosario de la Peña nace en Ciudad de México el 24 de abril de 1847 y muere en Ciudad de México el 24 de agosto de 1924; dama mexicana; musa de poetas.


Hija del hacendado Juan Peña Barragán y de Margarita Llerena Gotti.  Pariente del escritor español Pedro Gómez de la Serna.  

En su casa había una rica biblioteca.  

Manuel Acuña pretendía a Rosario de la Peña, lo mismo que los escritores que frecuentaban la tertulia literaria de la Plaza de Santa Isabel.  

El Parnaso Mexicano dejó constancia de su admiración por Rosario de la Peña en el álbum de concha nácar que le obsequió el más constante de sus enamorados: Ignacio Ramírez, el "Nigromante":  "Ara es éste álbum, esparcid cantores, a los pies de la diosa incienso y flores..."   


Se dice que Guillermo Prieto le comentó a Rosario de la Peña, que Manuel Acuña mantenía relaciones con dos mujeres, una poetisa y la otra una lavandera de las que atendían a los estudiantes.  

Se cuenta que su enamoramiento de Rosario de la Peña fue la presunta causa de su infortunado suicidio de Manuel Acuña.  

Una mañana de diciembre de 1873 Manuel Acuña acudió en busca de su amada Rosario de la Peña.  Ella no se encontraba en su casa.  Ahí escribió el "Nocturno a Rosario", una de las poesías más conocidas de la lengua castellana.  

El 6 de diciembre de 1873 Manuel Acuña se encerró en su habitación y consumió una cantidad mortal de cianuro de potasio.  A la mañana siguiente, Juan de Dios Peza lo encontró tendido en su cama del cuarto número 13.  


Al conocer el suicidio del poeta coahuilense, Manuel Altamirano, que vivía en la calle de la Mariscala, a pocas cuadras del hogar de Rosario, entró en estado de exaltación:  echó a correr a la Plaza de Santa Isabel, donde vivía la muchacha, y donde hoy se levanta el Palacio de Bellas Artes.  Entró con gran escándalo, y llegó hasta la habitación de la joven.  Al encontrarla, le gritó:  "¡Qué has hecho, Rosario, qué has hecho! ¡Se acaba de matar Manuel Acuña!".  

En Francia, España y Chile se publicaron diatribas contra Rosario de la Peña, a pesar de que ella declaró en varias entrevistas que nunca alentó los sentimientos del poeta Manuel Acuña.  

Entre 1874 y 1885 fue novia del poeta poblano Manuel María Flores conocido como Manuel M. Flores.  La familia de la Peña aprobaba esa relación, pero no fijaban la fecha para la boda.   El gran obstáculo fue que Manuel M. Flores había contraído una enfermedad de transmisión sexual progresiva y mortal; primero perdió la vista, luego el cabello, después sobrevino la hidropesía y finalmente llegó la muerte. 

En 1885 en el Distrito Federal, falleció a causa de su enfermedad, el poeta Manuel M. Flores.


A los 36 años, Rosario de la Peña perdió al gran amor de su vida.  

En su estancia en México el libertador cubano José Martí se enamoro y escribió encendidos versos a Rosario de la  Peña y Llerena, como se puede ver en las cartas que escribió para ella.  


Se dice que más de quince poetas, le propusieron matrimonio.  

A fines de noviembre de 1923, a casi 50 años de la muerte de Manuel Acuña, Roberto Núñez y Domínguez "el diablo" (tomó el seudónimos "El Diablo" de la ópera Le Diable de Giacomo Meyerbeer estrenada en 1831), su fuerte eran las crónicas teatrales, las crónicas taurinas, las entrevistas con las tiples del momento y las actrices de moda, logra entrevistar a Rosario de la Peña.  Sin alterarse ni un gramo, la anciana musa empieza a contar:  conoció a Manuel Acuña en casa del general Joaquín Téllez.  Se lo presentaron en calidad de “nueva gloria nacional".  Era mayo de 1873, y no tenía sino unos pocos días que la obra teatral del poeta, El Pasado, se había presentado con éxito clamoroso.  Acuña, por tanto, estaba de moda.  Según Rosario, el poeta se prendó de ella al instante, y le pidió que leyera por él algunos versos que llevaba en unas hojas.  Poco después, ya estaba Manuel Acuña empeñado en acompañar a su casa a la familia De la Peña y en el trayecto pidió permiso para visitar a Rosario y frecuentar su casa.  Así, se integró a la tertulia donde muchos de sus amigos ya tenían un sitio.  Roberto El Diablo estaba casi en éxtasis hojeando el álbum de Rosario.  Y sí, ahí está el texto del Nocturno. Vuelve a la carga el reportero, y regresa a Acuña.  Con algo que puede ser fina crueldad femenina, Rosario responde:  “Había decidido no hacerlo nunca [contar la historia del poema] y llevarme a la tumba mi secreto.  Si ahora accedo es sólo por la solemnidad del homenaje que se trata de tributar al poeta en la fecha del cincuentenario de su muerte… y no sería justo que yo negara mi grano de arena en la hora de la glorificación…”.   Pero lo que sigue está lejos de ser un homenaje al poeta: A poco de conocerla, Acuña le declara su amor.  Ella responde que no siente más que “admiración por el poeta y amistad por el caballero”.  No obstante, no es un “no” rotundo; le da esperanzas: tal vez con el trato, con el tiempo, algo ocurra.  A los pocos días, Rosario es visitada por Guillermo Prieto, quien le cuenta la vida personal del joven Acuña, que, a esas alturas, ya hasta la llama “mi santa prometida”, cuando la mujer no ha dado un “sí” definitivo.  Resulta que Acuña tiene amores con su lavandera, y los ha tenido con una poeta, Laura Méndez, que incluso, tiene un hijo de él.  “Así es que tú sabes lo que haces”, concluyó Prieto.  Enterada Rosario, esa misma noche enfrenta a Acuña, no bien este se apersona en el salón.  El reclamo es fuerte: “¡Qué tal si me he creído de sus palabras!”.  Lo reta a negar la existencia de las dos mujeres.  Acuña reconoce que todo es verdad.  La dama aplica la puntilla:  “Yo creo que ya no me seguirá diciendo ‘mi santa prometida’ ”.   Aturdido, Acuña se sienta ante una mesa y escribe en el álbum. Llegan más visitas, y mientras Rosario las atiende, vigila en silencio al poeta.  Cuando termina, toma su sombrero y le dice al objeto de su amor: “Lea esto, a ver qué le parece”.  Era el Nocturno.  La verdad de Rosario es una gran historia, aunque no se parezca a la que Roberto El Diablo trae en la cabeza, de modo que escucha sin interrumpir.  Una tarde, el poeta se apersona en casa de la muchacha.  No tiene mucho que ha escrito el Nocturno, y le pregunta:  “Rosario, si usted me llegara a querer, ¿sería capaz de tomar cianuro conmigo?”.  La muchacha lo regaña:  “Qué cosas se le ocurren. Ni usted ni yo tenemos por qué matarnos.  Deje de pensar en tonterías”.  Rosario le cuenta al reportero que la tendencia suicida de Acuña era una “tara familiar” y que dos hermanos del poeta también pusieron fin a sus existencias.  El 5 de diciembre de 1873 el enamorado sin esperanza se despide como todas las noches, y deja en la mano de su musa una carta, donde se despedía de ella “para siempre”.  Rosario, desde luego, cree que el personaje exagera. Por eso no le echa de menos cuando Acuña no llega a saludarla, como todas las mañanas, después de sus prácticas de medicina en el Hospital de San Andrés.  Hacia las 2 y media de la tarde, ella y toda la ciudad se enteran: el poeta se ha suicidado.  Mientras todos los poetas románticos se hacen lenguas culpándola de la tragedia, Rosario aguanta con entereza: ni siquiera se presenta en el cementerio ni al sepelio de su enamorado.  Y ahí se acaba la entrevista. Roberto El Diablo lleva su material para escribir, pero su leyenda va hecha añicos.  En cambio, carga en su libreta de notas la verdad de una mujer.

Falleció a los 77 años de edad. 

En la explanada frente a la fachada principal de la Escuela Primaria "Arturo Peña" se coloca el Monumento a Manuel Acuña y Rosario.





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