miércoles, 11 de octubre de 2023

Papa Bonifacio VIII (1235-1303)

Benedetto Gaetani nace en Anagni en 1235 y muere en Roma el 11 de octubre de 1303; con el nombre de Bonifacio VIII es aclamado Papa Nº 193 de la Iglesia católica (24 de diciembre de 1294-11 de octubre de 1303); tenía desprecio por las cuestiones de fe, algunos lo acusaron de ser el Anticristo; es el último gran representante de la soberanía pontificia medieval.


Se dice que por la noche, el Papa Celestino V oía la voz de un ángel que le pedía que abdicara de su cargo y que, en realidad, era Benedetto Gaetani (futuro Papa Bonifacio VIII) quien le hablaba a través de un agujero en la pared.  



El 13 de diciembre de 1294 el Papa Celestino V abdica tras cinco meses de pontificado dando las siguientes razones:  por enfermedad, por falta de conocimientos y para retornar a su vida de ermitaño.  Fue Benedetto Gaetani, experto en derecho canónico, quien le facilitó el camino para renunciar.  

El 24 de diciembre de 1294 en Castel Nuovo, en Nápoles, con el nombre de Bonifacio VIII es aclamado Papa Nº 193 de la Iglesia católica.  




El nuevo Papa Bonifacio VIII decidió trasladarse a Roma, pero su deseo era que Celestino V le acompañara, ya que temía que sus enemigos se revelaran ante su ascenso.  Tras la negativa de Celestino y su fallido intento de escapar al monte Morrone, fue detenido y encarcelado en el Castillo de Fumone, con lo que estableció la norma básica que ha regido hasta hoy las renuncias papales.  

El 23 de enero de 1295 en la Basílica de San Pedro en Roma, fue coronado con el nombre de Bonifacio VIII. 


Bonifacio VIII se divertía por igual con mujeres y con hombres.  Tenía por amantes a una mujer casada y a la hija de esta, se le acusaba de ser un pedófilo y él no se molestaba en desmentirlo, diciendo que "el darse placer a uno mismo, con mujeres o con niños, es un pecado tan insignificante como frotarse las manos".   

Era amante del lujo, se vestía con las mejores telas, coleccionaba todo tipo de amuletos y se hizo fabricar unos dados de oro para jugar.   Negaba los principios básicos del dogma cristiano, como la inmortalidad del alma, la virginidad de María o la divinidad de Jesucristo; decía que "solo los imbéciles pueden creer en tales estupideces, las personas inteligentes deben fingir que se las creen pero razonar con su propio cerebro".   

E1 25 de febrero de 1296 a través de la bula Clericis laicos prohibe el cobro de impuestos al clero sin el consentimiento papal, bajo pena de excomunión.  

Se dice que ordenó el asesinato de Pietro Angeleri di Murrone consagrado papa con el nombre de Celestino V, clavándole un clavo en la cabeza el 19 de mayo de 1296, pero estudios recientes han demostrado que esa herida le fue conferida al esqueleto años después, cuando ya no había piel de por medio, por tanto, debió realizar la hendidura alguno de los ladrones que han profanado sus restos. 


En 1297 el Papa Bonifacio VIII compró el Castillo Caetani Sermoneta a los Annibaldi.


El 4 de abril de 1297 en la Basílica de San Pedro en Roma, se celebra la ceremonia de investidura de Jaime II de Aragón, quien había aceptado pagar a la iglesia una importante cuota anual.  Con esto, la Santa Sede logró eliminar una de las mayores causas que enfrentaban a las dos Repúblicas Marítimas de Pisa y Génova:  el control de las rutas comerciales que pasaban por la isla y, al mismo tiempo, creó las condiciones para poner un fin de la Guerra de las Vísperas en Sicilia, que ya duraba veinte años.

En 1298 publica el Liber sextus, una recopilación de textos legales eclesiásticos.  

Celebraba los oficios luciendo una corona y empuñando una espada al grito de "¡Soy papa y soy emperador!" y pretendía que los monarcas, como hombres bautizados, debían estar supeditados a su voluntad.  A quienes se oponían los castigaba con la excomunión o, si le era posible, con la eliminación física.  

En 1299 ordenó la destrucción de la ciudad de Palestrina, feudo de sus acérrimos enemigos, la familia Colonna; y no contento con ello, ordenó esparcir sal sobre las ruinas como hicieron los romanos con Cartago.  

El 22 de febrero de 1300 el Papa Bonifacio VIII anuncia el primer Jubileo o Año Santo de la historia.  La indulgencia plenaria concedida a quienes, reconciliados con la Iglesia, visitaron como peregrinos la ciudad de Roma.  A él se debe la idea del Jubileo Universal, un año de “redención” en el que se prometía el perdón de todos los pecados a los peregrinos que viajaran a Roma, visitaran las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y, naturalmente, hicieran una donación económica.  

El primer Jubileo de la historia se celebró en la fecha significativa del cambio de siglo, el año 1300, y fue un éxito enorme que llenó las arcas del Vaticano y de la propia ciudad:  unos 30 mil peregrinos visitaban diariamente Roma, una actividad que no se había visto desde los lejanos tiempos del Imperio Romano.  La marea humana era tal que incluso propició la creación del primer código de circulación de la historia, que regulaba entre otras cosas la obligación de circular por la derecha de la vía.  

Entre toda esa multitud se hallaba Dante Alighieri, al que la visión de aquella ciudad presa del vicio inspiró algunos versos del Infierno en la Divina Comedia.  Dante nunca sintió simpatía alguna por aquel pontífice, que destinó al octavo círculo infernal y al que, además de sus muchos defectos, culpaba de su desgracia personal:  Dante era miembro de los güelfos blancos, una facción política que se oponía al control papal sobre Florencia, su ciudad natal.  Dante fue condenado a muerte en ausencia y a la confiscación de sus bienes, y pasó el resto de su vida exiliado.  

El rey Felipe IV de Francia no quiso plegarse a sus exigencias y decretó la prohibición de sacar dinero o bienes preciosos del reino, bloqueando así el pago de los diezmos eclesiásticos al Vaticano.  Francia era la principal fuente de ingresos por medio de los diezmos y Bonifacio reaccionó excomulgando a Felipe; este a su vez hizo quemar públicamente la bula papal y convocó un concilio que acusó al pontífice de herejía, impiedad, simonía, adulterio, asesinato y brujería; cargos que, excepto el último, estaban plenamente fundamentados.  

El 10 de abril de 1302 el Papa Bonifacio VIII ordena al patriarca de Costantinopoli que vaya a Venecia "para intentar un acomodo":  el pontífice quería la abolición de las "leyes perjudiciales para la libertad eclesiástica", lo que también se produjo tras las quejas del obispo de Castello.  

Entre 1302 y 1303 hizo construir el mausoleo circular de Cecilia Metella quedó englobado en la fortificación del Siglo XIV (Castrum Caetani) de la familia del Papa Bonifacio VIII, y se convirtió en una torre defensiva que controlaba el paso por la vía Appia Antica.

El 7 de septiembre de 1303 Ultraje de Anagni, Sciarra Colonna y Guillermo de Nogaret marcharon sobre Roma con 300 jinetes en nombre de Felipe IV de Francia y detuvieron al Papa Bonifacio VIII.  

En 1303 a través del atentado de Anagni contra el Papa Bonifacio VIII había intentado excomulgar a Felipe IV a través de la Bula Unam Sanctam.  Felipe IV de Francia consiguió que el Papa Bonifacio VIII abandonara la silla de San Pedro, y se nombrara a un francés como nuevo Papa Clemente V y se trasladara la sede pontificia de Roma a Avignon (1309-1377).  


Los cardenales, nobles y burgueses de Anagni enviaron soldados a liberarlo, obligando a los conjurados a huir; probablemente, muchos de ellos esperaban con este gesto ganarse el favor del pontífice.  Bonifacio VIII volvió a Roma con su autoridad en entredicho y gravemente enfermo a causa de la gota y los cálculos renales.  

En su ausencia la multitud había saqueado el Palacio del Laterano y robado todo lo que había podido, incluso la comida de los caballos.  

El Papa Bonifacio VIII trató de falsificador a Felipe IV de Francia y cuando falleció, este pudo hacer elegir a papas franceses en 1303 a Benedicto XI y en 1305 a Clemente V.  

En su lecho de muerte siguió amenazando a cualquiera que osara llevarle la contraria y maldiciendo contra todo y contra todos.  El rey Felipe IV de Francia, que no descansó hasta convocar un proceso post mortem contra el pontífice difunto.  


En Roma, después de la muerte de Bonifacio VIII, la curia romana no tenía interés en secundar las acusaciones que, si eran declaradas verdaderas, serían un golpe durísimo para la credibilidad de la institución eclesiástica.  

Al final, Felipe IV aceptó desistir de su venganza póstuma a cambio de algo mucho más provechoso:  la autorización del nuevo papa, Clemente V, para la supresión de la orden del Temple y la confiscación de su enorme riqueza.  





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