martes, 19 de marzo de 2019

Jaime Sabines (1926-1999)

Jaime Sabines Gutiérrez nace en Tuxtla Gutiérrez, Chps., el 25 de marzo de 1926 y muere a causa de un cáncer en Ciudad de México el 19 de marzo de 1999; político, escritor y poeta; Premio Xavier Villaurrutia 1972, Premio Elías Sourasky 1982, Premio Nacional de las Letras 1983; autor de poemas "Los amorosos", "Espero curarme de ti", "Tarumba", "Horal" (1950); los libros:  "La señal" (1951), "Adán y Eva" (1952), "Tarumba" (1956), "Diario, semanario y poemas en prosa" (1961), "Recuento de poemas" (1962), "Mal tiempo" (1972), "Algo sobre la muerte del mayor Sabines" (1973), "Nuevo recuento de poemas" (1977), "Poemas sueltos" (1983).

Hijo del libanés Julio Sabines y de Luz Gutiérrez Moguel.  Bisnieto de Joaquín Miguel Gutiérrez (en cuyo honor la capital de Chiapas, Tuxtla Gutiérrez, lleva su apellido).  

Su padre fue quien le inculcó el amor por la poesía.  

En 1945 y con 19 años se traslada Ciudad de México.  Se inscribió en la Escuela Nacional de Medicina, carrera que abandonaría tres años más tarde.  

Regresó a Tuxtla y trabajó en la tienda de telas El Modelo, propiedad de su hermano Juan Saines.  

En 1949 regresa a la Ciudad de México para ingresar a la licenciatura en Lengua y literatura española en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.  

Escribió tres libros fundamentales señalados como tales por la crítica especializada:  "Horal" (1950), "Tarumba" (1956) y "Algo sobre la muerte del mayor Sabines" (1973).   

En 1952 su padre sufrIÓ un accidente, teniendo que regresar a Chiapas y ya no pudo terminar su carrera.  

En 1952 publica su libro "Adán y Eva".  

En 1953 contrajo matrimonio con Josefa Rodríguez Zebadúa "Chepita", con quien tiene cuatro hijos (Julio, Julieta, Judith y Jazmín Sabines Rodríguez).  

En 1959 El Ateneo de Ciencias y Artes de Chiapas le entregó el Premio Chiapas.  

En 1959 se trslada a Ciudad México nuevamente para ayudar a establecer un negocio familiar, la fabricación de alimentos para animales, junto con su hermano Juan.  Pertenece a la Generación del Medio Siglo.    

En 1961 falleció su padre.  

En 1966 murió su madre, a quien le escribió su poema "Doña Luz".   

Entre 1964 y 1965 fue  becario del Centro Mexicano de Escritores.  

En 1972 le fue otorgado el Premio Xavier Villaurrutia.  

Entre 1976 y 1979 fue diputado federal por el I Distrito Electoral Federal de Chiapas a la L Legislatura.  

En 1982 recibió el Premio Elías Sourasky.  

En 1983 le fue entregado el Premio Nacional de Ciencias y Artes Lingüísticas y Literatura.  

En 1988 fue elegido diputado por el Distrito Federal.  

En 1991 recibió la presea Ciudad de México.  Condenó la sublevación zapatista en Chiapas.​  

En 1994 le fue entregada la Medalla Belisario Domínguez.  

En 1996 recibió el Premio Mazatlán de Literatura.  

Fue conocido como "El francotirador de la literatura".


Los amorosos callan. 
El amor es el silencio más fino, 
el más tembloroso, el más insoportable. 
Los amorosos buscan, 
los amorosos son los que abandonan, 
son los que cambian, los que olvidan. 

Su corazón les dice que nunca han de encontrar, 
no encuentran, buscan. 
Los amorosos andan como locos 
porque están solos, solos, solos, 
entregándose, dándose a cada rato, 
llorando porque no salvan al amor. 

Les preocupa el amor. Los amorosos 
viven al día, no pueden hacer más, no saben. 
Siempre se están yendo, 
siempre, hacia alguna parte. 
Esperan, 
no esperan nada, pero esperan. 

Saben que nunca han de encontrar. 
El amor es la prórroga perpetua, 
siempre el paso siguiente, el otro, el otro. 
Los amorosos son los insaciables, 
los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos. 
Los amorosos son la hidra del cuento. 

Tienen serpientes en lugar de brazos. 
Las venas del cuello se les hinchan 
también como serpientes para asfixiarlos. 
Los amorosos no pueden dormir 
porque si se duermen se los comen los gusanos. 
En la oscuridad abren los ojos 
y les cae en ellos el espanto. 
Encuentran alacranes bajo la sábana 
y su cama flota como sobre un lago. 

Los amorosos son locos, sólo locos, 
sin Dios y sin diablo. 
Los amorosos salen de sus cuevas 
temblorosos, hambrientos, 
a cazar fantasmas. 
Se ríen de las gentes que lo saben todo, 
de las que aman a perpetuidad, verídicamente, 
de las que creen en el amor 
como una lámpara de inagotable aceite. 

Los amorosos juegan a coger el agua, 
a tatuar el humo, a no irse. 
Juegan el largo, el triste juego del amor. 
Nadie ha de resignarse. 
Dicen que nadie ha de resignarse. 
Los amorosos se avergüenzan de toda conformación. 
Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, 
la muerte les fermenta detrás de los ojos, 
y ellos caminan, lloran hasta la madrugada 
en que trenes y gallos se despiden dolorosamente. 

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, 
a mujeres que duermen con la mano en el sexo, 
complacidas, 
a arroyos de agua tierna y a cocinas. 
Los amorosos se ponen a cantar entre labios 
una canción no aprendida, 
y se van llorando, llorando, 
la hermosa vida.



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