Manuel Acuña Narro nace en Saltillo, Coah., el 27 de agosto de 1849 y se suicida envenenándose con cianuro en su habitación de la Escuela de Medicina de Ciudad de México el 6 de diciembre de 1873; estudiante de medicina, periodista, dramaturgo y poeta romántico; considerado el último gran poeta del romanticismo en México; autor de "Historia del pensamiento", "Inscripción de un cráneo", "¡Ya sé por qué es!"; dejó como obra póstuma, el poema "Nocturno a Rosario".
Hijo Francisco Acuña y de Refugio Narro.
Estudia en el Colegio Josefino de Saltillo, Coah.
En 1865 se traslada a Ciudad de México, para estudiar en el Colegio de San Ildefonso, donde cursó matemáticas, latín, francés y filosofía.
En enero de 1868 ingresó en la Escuela Nacional de Medicina (hoy Palacio de la Escuela de Medicina), paralelamente participó en tertulias literarias, gracias a esto conoció al escritor, periodista y político Ignacio Manuel Altamirano y a los poetas Agustín F. Cuenca y Juan de Dios Peza.
Se instaló en un sencillo cuarto del Exconvento de Santa Brígida y poco después se mudó al cuarto número 13 de la Escuela de Medicina, ubicada en el centro de la capital.
En 1869 se dio a conocer con una elegía a la muerte de uno de sus mejores amigos y compañero Eduardo Alzúa.
Fue invitado por sus compañeros de tertulia Agustín F. Cuenca, Gerardo Silva, y otros intelectuales, para fundar la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl, una de las primeras asociaciones fundadas tras el triunfo de la República. Los trabajos presentados por la Sociedad fueron publicados en la revistas El Anáhuac y La Iberia.
También participó en la fundación de la Sociedad Filoiátrica y de Beneficencia.
En 1869 colaboró con El Renacimiento.
En 1870 publicó artículos en El Libre Pensador.
En 1871 colaboró con El Federalista.
Entre 1871 y 1873 trabajó en El Domingo.
En 1871 se le reconoció por la crítica a su obra "El Pasado", publicado en un folleto del periódico "La Iberia", junto con 11 de sus poemas, entre los que se encontraba una de sus creaciones más célebres, "Nocturno a Rosario".
En 1872 publicó algunos artículos en El Búcaro.
Entre 1872 y 1873 escribió para El Eco de Ambos Mundos.
Su obra "Donde las dan las toman" se encuentra perdido.
El 9 de mayo de 1872 en el Teatro Principal se estrenó su única obra dramática que se montó en los escenarios mexicanos llamada "El pasado".
Se dice que Guillermo Prieto le comentó a Rosario de la Peña, que Manuel Acuña mantenía relaciones con dos mujeres, una poetisa y la otra una lavandera de las que atendían a los estudiantes.
Manuel Acuña cayó en una terrible depresión causada por la crisis económica en la que se encontraba sumido y la imposibilidad de estar junto a el amor de su vida, la aristócrata Rosario de la Peña, de quien Acuña y los poetas Manuel M. Flores y José Martí estaban enamorados.
La poetisa Laura Méndez dependía económicamente de Manuel Acuña, y se rumoreó que habían tenido un hijo muerto prematuramente; también le dedicó su poema "A Laura".
A LAURA
EPÍSTOLA
Yo te lo digo, Laura... quien encierra
Valor para romper el yugo necio
De las preocupaciones de la tierra.
Quien sabe responder con el desprecio
A los que, amigos del anacronismo,
Defienden el pasado a cualquier precio.
Quien sacudiendo todo despotismo
A ninguno somete su conciencia
Y se basta al pensar consigo mismo.
Quien no busca más luz en la existencia
Que la luz que desprende de su foco
El sol de la verdad y la experiencia.
Quien ha sabido en este mundo loco
Encontrar el disfraz más conveniente
Para encubrir de nuestro ser lo poco.
Quien al amor de su entusiasmo siente
Que algo como una luz desconocida
Baja a imprimir un ósculo en su frente.
Quien tiene un corazón en donde anida
El genio a cuya voz se cubre en flores
La paramal tristeza de la vida;
Y un ser al que combaten los dolores
Y esa noble ambición que pertenece
Al mundo de las almas superiores;
Culpable es, y su lira no merece
Si debiendo cantar, rompe su lira
Y silencioso y mudo permanece.
Porque es una tristísima mentira
Ver callado al zentzontle y apagado
El tibio sol que en nuestro cielo gira;
O ver el broche de la flor cerrado
Cuando la blanca luz de la mañana
Derrama sus caricias en el prado.
Que indigno es de la gloria soberana,
Quien siendo libre para alzar el vuelo,
Al ensayar el vuelo se amilana.
Y tú, que alientas ese noble anhelo,
Mal harás si hasta el cielo no te elevas
Para arrancar una corona al cielo...
Álzate, pues, si en tu interior aún llevas
El germen de ese afán que pensar te hace
En nuevos goces y delicias nuevas.
Sueña, ya que soñar te satisface
Y que es para tu pecho una alegría
Cada ilusión que en tu cerebro nace.
Forja un mundo en tu ardiente fantasía,
Ya que encuentras placer y te recreas
En vivir delirando noche y día.
Alcanza hasta la cima que deseas,
Mas cuando bajes de esa cima al mundo
Refiérenos al menos lo que veas.
Pues será un egoísmo sin segundo,
Que quien sabe sentir como tú sientes
Se envuelva en un silencio tan profundo.
Haz inclinar ante tu voz las frentes,
Y que resuene a tu canción unido
El general aplauso de las gentes.
Que tu nombre doquiera repetido,
Resplandeciente en sus laureles sea
Quien salve tu memoria del olvido;
Y que la tierra en tus pupilas lea
La leyenda de una alma consagrada
Al sacerdocio augusto de la idea.
Sí, Laura... que tus labios de inspirada
Nos repitan la queja misteriosa
Que te dice la alondra enamorada;
Que tu lira tranquila y armoniosa
Nos haga conocer lo que murmura
Cuando entreabre sus pétalos la rosa;
Que oigamos en tu acento la tristura
De la paloma que se oculta y canta
Desde el fondo sin luz de la espesura;
O bien el grito en que su ardor levanta
El soldado del pueblo, que a la muerte
Envuelto en su bandera se adelanta.
Sí, Laura... que tu espíritu despierte
Para cumplir con su misión sublime,
Y que hallemos en ti a la mujer fuerte
Que del oscurantismo se redime.
Una mañana de diciembre de 1873, Manuel Acuña acudió exaltado en busca de su musa. Ella no se encontraba en su casa. Ahí escribió el Nocturno a Rosario, una de las poesías más conocidas de la lengua castellana:
Nocturno a Rosario
¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro,
decirte que te quiero con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto, y al grito en que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.
Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido de tanto no dormir;
que están mis noches negras, tan negras y sombrías,
que ya se han muerto todas las esperanzas mías,
que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.
De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver,
camino mucho, mucho, y al fin de la jornada,
las formas de mi madre se pierden en la nada,
y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.
Comprendo que tus besos jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás;
y te amo y en mis locos y ardientes desvaríos,
bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos te quiero mucho más.
A veces pienso en darte mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos y huir de esta pasión;
mas si es en vano todo y el alma no te olvida,
¿qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida,
qué quieres tú que yo haga con este corazón?
Y luego que ya estaba concluido el santuario,
tu lámpara encendida, tu velo en el altar,
el sol de la mañana detrás del campanario,
chispeando las antorchas, humeando el incensario,
y abierta allá a lo lejos la puerta del hogar...
¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre y amándonos los dos;
tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma, los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros mi madre como un Dios!
¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!
Y yo soñaba en eso, mi santa prometida;
y al delirar en eso con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno por ti, no más por ti.
Bien sabe Dios que ese era mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer;
¡bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho en el hogar risueño
que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer!
Esa era mi esperanza... mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo que existe entre los dos,
¡adiós por la vez última, amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,mi juventud, adiós!
Se cuenta que su enamoramiento de Rosario de la Peña fue la presunta causa de su infortunado suicidio.
Se encerró en su habitación y consumió una cantidad mortal de cianuro de potasio.
A la mañana siguiente, Juan de Dios Peza lo encontró tendido en su cama del cuarto número 13.
Dejo cinco cartas, en una de ellas pedía que su cuerpo no fuera mutilado para una autopsia; el contenido de las otras cuatro cartas permanece en la oscuridad.
El 10 de diciembre de 1873 fue sepultado en el Cementerio del Campo Florido, con la asistencia al sepelio de representantes de la comunidad literaria y científica.
En la ceremonia previa al entierro, se leyeron discursos y despedidas. Uno de ellos, fue el de Agustín Cuenca, quien llamó la atención de Laura Méndez; este la acompañó a su casa y poco después se casarían.
Una con que se honró su memoria fue la de Justo Sierra:
Palmas, triunfos, laureles, dulce aurora
de un porvenir feliz, todo en una hora
de soledad y hastío
cambiaste por el triste
derecho de morir, hermano mío.
Hablaron también Juan de Dios Peza, su gran amigo, Gustavo Baz y Eduardo F. Zárate, entre otros.
La lavandera con la que se cree tenía una relación, de nombre Celedonia o Soledad, a la que Manuel Acuña llamaba Ceci y le dedicó algunos versos, pese a su pobreza, fue quien costeo su primer monumento funerario.
En Francia, en España y en Chile se publicaron diatribas contra Rosario de la Peña, a pesar de que ella declaró en varias entrevistas que nunca alentó los sentimientos del poeta Manuel Acuña.
Manuel Acuña es autor de 96 obras: 80 poemas amorosos, patrióticos, humorísticos, descriptivos y de circunstancias; una obra de teatro; 3 artículos y 12 cartas.
Jesús F. Contreras realizó una escultura mármol blanco proveniente de Carrara, Italia, que fue galardonada en la Exposición Universal de 1900.
Estuvo ubicada en la Alameda Zaragoza casi por medio siglo y despues se trasladó a la Plaza Manuel Acuña en Saltillo, Coah.
Sus restos fueron trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres del Cementerio de Dolores.
El 21 de febrero de 1912 el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza denomina como "Villa Acuña" a "Las Vacas" en memoria del poeta saltillense Manuel Acuña.
Desde 1912 un municipio en Coahuila lleva su nombre.
El 29 de octubre de 1917 se exhuman los restos del poeta Manuel Acuña, para ser trasladados del Panteón de Dolores a Saltillo, Coah., por gestiones del gobernador de Coahuila, Gustavo Espinoza Mireles ante el presidente Venustiano Carranza; antes de su traslado, grupos de estudiantes de Ciudad de México organizaron un homenaje en la Biblioteca Nacional, para que por tres días, se le rindiera un homenaje; el gobernador Mireles acompañó la urna de los restos de Manuel Acuña en su traslado en un carro especial de Ferrocarriles Nacionales.
La Secretaría de Cultura de Coahuila otorga anualmente el Premio Internacional Manuel Acuña de Poesía en Lengua Española.
El martes 27 de agosto de 2019 la Lotería Nacional conmemora el 170º aniversario del natalicio de Manuel Acuña, con la emisión de un billete para su sorteo de este día.