sábado, 5 de febrero de 2022

Alberto Yarini (1882-1910)

Alberto Manuel Francisco Yarini Ponce de León conocido como Alberto Yarini y Ponce de León o simplemente Alberto Yarini nace en San Isidro, La Habana, Cuba el 5 de febrero de 1882 y muere asesinado en San Isidro, La Habana, Cuba el 22 de noviembre de 1910; dandi, chulo y manipulador cubano; era capaz de pasar de la tranquilidad más asombrosa a estados desmedidos de ferocidad. 


Hijo del cirujano dentista Cirilo Yarini y de Juana Emilia.  Miembro la acaudalada, y no realmente aristocrática familia cubana.  

Se cuenta que su madre Juana Emilia, tan virtuosa del piano, llegó a tocar para el emperador Napoleón III en Las Tullerías.   

Cursó estudios en el colegio habanero San Melitón.  Fue enviado a EEUU para continuar su educación.  

En 1901 y con 19 años, regresó a Cuba, para convertirse de inmediato en el clásico representante de la juventud burguesa de su época.  Se afilio al Partido Conservador.  

Simpático, generoso, distribuía por igual monedas y palmadas entre los habitantes del barrio de San Isidro, lo que le valió el apodo de "El Rey de San Isidro".  De él se decía en San Isidro que era "hombre a todo".  

En su domicilio de Paula 96 tenía entre tres y siete hembras que trabajaban para mantenerlo con el sudor de sus muslos, que brabuconeaba hacia los cuatro puntos cardinales y se liaba a puños y balazos con lo peor de las alcantarillas con el mismo entusiasmo con que se iba a bailar a los peores salones de La Habana, tenía otra vida de hábitos muy regulares, que incluían desayunar cada día en la casa de sus padres, reunirse con los correligionarios de su partido, ir en las noches a la Ópera y otros centros de cultura de élites y cortejar, o ser amante, de distinguidas damas de la aristocracia y la alta burguesía habanera.  

Yarini no hacía un secreto de su ambición de postularse para concejal y, en un futuro no muy lejano, llegar hasta la silla presidencial.  Los apaches, como llamaban los cubanos a las pandillas de chulos franceses de San Isidro capitaneadas por el parisino Luis Letot, eran tan levantiscos como sus homólogos del patio, pero Luis Letot, de temperamento tal vez no demasiado violento y que se anotaba al savoir vivre, al par que extrañamente filosófico, acostumbraba decir que había que “vivir de las mujeres, y no morir de ellas”, y podía mostrarse en ocasiones tan exquisito como un cortesano de Versalles.  

Así se comportó con Yarini cuando este le robó escandalosamente la joya más valiosa de su último cargamento de prostitutas desembarcado en La Habana, la pequeña Berthe, hermana de su concubina Jeanne Fontaine, y por tanto su propia cuñada.  

Berthe, de 21 años, rubia y de ojos azules, era una absoluta lindura, según juicios de quienes la conocieron, y se la tenía como la mujer más bella que paseó zapatos por las estrechas calles del barrio.  Yarini en persona anunció a Letot su relación con Berthe, y el francés se encogió de hombros, y lo mismo volvió a hacer cuando Yarini, días después, llamó a su puerta acompañado por dos de sus más vulgares seguidores y le exigió que le entregara toda la ropa de Petit Berthe.  Y no contento con eso, poco después, completamente solo y paseando a sus perros, pasó frente a la casa de Letot y al verlo parado en la puerta, le gritó burlón a voz en cuello que guardara muy bien a sus putas, porque la Petit Berthe no bastaba para calmarle la calentura que tenía en aquellos días.  

Luis Letot, sin perder la calma, le respondió:  “Yo me voy a morir una sola vez”, y esa simple frase actuó como el conjuro que decretó la extraña tragedia donde fueron protagonistas dos antihéroes.  

Días después los dos capos caían abatidos a balazos en una embestida que nunca ha sido del todo aclarada para la Historia, y en la que participaron, de un lado, Luis Letot revólver en mano disparando contra Alberto Yarini a quemarropa en plena calle y sus compinches armados tirando desde las azoteas, y del otro un Yarini que supuestamente no alcanzó a disparar su revolver, seguido de un Pepe Basterrechea que, de un solo tiro en medio de la frente, tendió difunto a Luis Letot sobre las sucias piedras de la calle.    

Alberto Yarini fue fiel a Alberto Yarini hasta su último suspiro.  

Cuando falleció a los 28 años, tendido en la Cama de Socorros de la calla Salud, con cinco balas en el cuerpo y sabiendo que no saldría con vida, confesó en su lecho de muerte un asesinato que quizá no cometió y encubrió así otro crimen nunca resuelto.   

Diez mil personas asistieron al entierro del Rey de San Isidro un 22 de noviembre de 1902, en un país de poco más de dos millones de habitantes; inmediata vendetta de los guayabitos que esperan el regreso de los coches, puñaladas, apaches muertos y heridos y una guerra que tres años después terminaría con el cierre del barrio por decreto gubernamental. 










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